El Centro Municipal de Estudios Históricos, nos ha hecho llegar un interesante trabajo de la Prof. Elena Gómez de Elùa, publicado en su momento, sobre una epidemia de cólera que afectó seriamente a esta población en el siglo XIX.
Son recuerdos de cómo Bell Ville se sobrepuso a las adversidades con el trabajo mancomunado y solidario de los vecinos.
En 1868, la Villa de San Gerónimo (hoy Bell Ville) vivía un gran momento de prosperidad. Sus fértiles tierras eran explotadas por los lugareños y los inmigrantes británicos (estos últimos habitaban el lugar desde principios de la década). A esto, se sumó la llagada del tren en 1866, lo que conectó a la población al puerto de Rosario y al mundo, haciendo posible sacar los frutos producidos en esta tierra, de manera masiva, barata y veloz.
El país, se encontraba inmerso en la fratricida guerra de la Triple Alianza, que tuvo como escenario bélico el territorio del Paraguay.
En este contexto, en nuestro país, y en la Villa de San Gerónimo llegó la epidemia del cólera, una infección intestinal aguda causada por la ingestión de alimentos o agua contaminados por la bacteria Vibrio cholerae. Tiene un periodo de incubación corto, entre menos de un día y cinco días, y la bacteria produce una enterotoxina que causa una diarrea copiosa, indolora y acuosa que puede conducir con rapidez a una deshidratación grave y a la muerte si no se trata prontamente.
La epidemia se inició en la ciudad de Rosario un año antes produciéndose el primer caso el 15 de marzo de 1867. Según el Dr. Penna (Destacado epidemiólogo de fines del siglo XIX) el cólera no vino aguas abajo provenientes de los campos de batallas paraguayos, sino traídos por un transporte brasileño con 200 soldados que había partido de Río de Janeiro donde comenzaron a registrase casos de cólera y que fue esparciendo el contagio en las poblaciones ribereñas del Paraná.
“En Córdoba morirían 800 personas por día y en Villa Nueva el número llegó a 38”, se destaca en el trabajo de la historiadora local.
En la Villa de San Gerónimo, la epidemia y el temor asolaban el lugar. Los enfermos eran abandonados por sus parientes por temor al contagio, y los cadáveres que saturaban la capacidad del antiguo cementerio, eran enterrados sin los trámites correspondientes ante la iglesia (encargada de la administración de éste) e inclusive, quienes vivían del otro lado del río (del lado norte del mismo) cruzaban los occisos de contrabando por la noche, para que la autoridad policial no los sancione.
Ante tal panorama, el Padre Amado Testa, quien en su juventud, antes de decidirse por el sacerdocio, había estudiado medicina, asistió a los enfermos de la Villa, y dio junto a trabajadores chilenos, cristiana sepultura a los fallecidos. Acciones, que pusieron en riesgo sus vidas, pero que le brindaron alivio al prójimo, y se convirtieron para siempre en un ejemplo de solidaridad, empatía y amor a los demás. El padre Amado Testa demostró ser un líder en momentos de crisis, dolor y muerte.
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